Golondrina de ida: Introducción

Para relatarmos as vivencias vitais dos nosos pais, nais, avós e avoas, eses herois da nosa Emigración...
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Golondrina de ida: Introducción

Mensagempor xestor » quinta, 10 abr 2008, 10:46

Comezo o envío por partes dun relato enviado por un dos protagonistas dun dos últimos que se teñen producido grazas a Fillos de Galicia.

Chámase Fernando Néstor Bertani Rey e estou seguro de vos encantará o seu texto, que nos presentaba coas seguintes palabras:

les envío adjuntado a la presente un relato sobre las vivencias de miña avoa, María Carmen Esperanza, narrando su drama del desarraigo.

Velaquí vai a primeira parte. Moitas grazas, Fernando, en nome de Fillos por esta fermosa achega ás :

Introducción:

Desde que era muy pequeño, todo el mundo decía que mi querida Argentina era un país conformado por inmigrantes y que por ese motivo tenía problemas de integración como Nación, por lo cual yo no me preocupaba demasiado, pues en el nivel de comprensión de un niño la idea resultante que me representaba era muy vaga, no sabía si esa gente provenía de algún país lejano, formaban parte de una gesta invasora, habían sido condenados al ostracismo (1) o vaya a saberse que clase de orígenes tenían, lo cierto es que cuando supe que mi abuela pertenecía a ese enorme grupo de extranjeros, comencé a tornar mi mirada hacia ella con un poco más de atención, pues quería saber de que extraña raza provenía. Ya más grande, comprendí que esas personas no venían de la nada ni porque sí, y que no tenían tanto de peculiares, sino que cada una de ellas tenía una procedencia bien definida, una historia, y arrastraba consigo sus secretos, sus tristezas, pero también, albergaba sus esperanzas como cualquier ser humano.

Hablando más técnicamente, la inmigración es un fenómeno demográfico de consecuencias políticas, sociales y culturales profundas. Pero, mi propósito no es analizarlo desde este punto de vista y, además, tampoco voy a hablar mucho de ella sino de su contracara, más oculta y a veces olvidada, la emigración, que no tiene tanto que ver con el impacto social y cultural sobre el lugar de destino, aunque allí las condiciones deben ser propicias para que se produzca, pero que en cambio, sí es la causal del sentimiento que silenciosamente se desliza sobre las almas en fuga, el desarraigo, látigo moral de los espíritus que parten hacia una aventura no querida, sobre la cual - por lo menos en el caso de esta historia - no se ejerció opción alguna.

Si bien la cuestión tiene una estela secular y muchos la han abordado y tratado desde diversos enfoques, este simple relato que sucederá en las páginas siguientes no pretende descollar por su originalidad. Si, por supuesto, pretende ser fiel a mis propias vivencias, mis sentimientos que enraízan con un grito desolado que escuché, paradójicamente, en silencio, durante mis primeros 17 años de vida, en la actitud estoica e inclaudicable -pero ciertamente triste- de mi abuela, María Carmen Esperanza, frente a la suerte que le tocó vivir desde su adolescencia. Haciendo culto de su tercer nombre, precisamente, como sucedió con muchos otros, fue la esperanza el sostén que la llevó a librar su batalla en el destierro. Esto pudo bien acontecer en cualquier punto de España, o más bien, de todo el mundo y también, quizás en otras circunstancias, repetirse en el tiempo indefinidamente. Pero es la antigua Gallaecia (2), país donde la pertenencia a la propia tierra adquiere un carácter singular, el marco geográfico de esta historia.

Claro está, alguien puede preguntarse hoy, en la Galicia pujante que despierta con su milenario torrente cultural de cara al mundo, porque aquellos cientos de miles no se quedaron a pelear su suerte en suelo gallego, paraíso de verde, piedra y agua. Las respuestas pueden ser varias y, en general, están relacionadas con causas políticas y socioeconómicas que se produjeron en las circunstancias de ese tiempo y lugar, sumándose a ello características particulares del país de origen del emigrante, en este caso Galicia, como la superpoblación, la crisis de las economías predominantemente agrarias de fines del siglo XIX y principios del siglo XX, etc. Pero, nunca se debe descartar como causa fundamental del proceso emigratorio a la actitud política frente a este fenómeno masivo por parte del estado de origen ? aún solo por haber sido un pasivo observador -, más allá de la voluntad de recepción de los países de destino ?en el caso pertenecientes a La América (3)- que abrieron sus puertas a esas multitudes ilusionadas por alcanzar un mejor nivel de vida.

Lo curioso es que los procesos históricos pueden ser cíclicos y los países de la vieja Europa que antaño sembraron sus propias simientes humanas por el mundo, hoy, por lo general, se muestran celosos de asumir sin condicionamientos el rebote de la historia. Máxime, cuando otras oleadas inmigratorias más cercanas como las provenientes de los países del Este Europeo y de África, amenazan con hacer estallar las estadísticas del mediterráneo y otros puntos del Viejo Mundo.

En fin, en lo personal, voy a dejar en claro que no quiero hacer de esto una causa jurídica internacional para que los hijos o nietos de aquellos que fueron arrancados de su seno terrenal perciban indemnización alguna, aunque bien podría. Solo quiero patentizar en la historia de nuestra heroica golondrina, el clamor de millones que hoy en su mayoría no están de cuerpo presente, pero revelan en nosotros una enorme facultad de supervivencia cultural, por la semilla de amor hacia las cosas de la ?sua terra? que supieron sembrar en nuestros corazones.

Ahora bien, para que la llama de sus entrañas perdure, su combustible debe ser nuestra constante lucha por revalorizar la importancia de la cultura que nos trasvasaron de generación en generación, en donde nada nos es ajeno, aunque vivamos como en mi caso en la punta del hemisferio sur. Hoy, con los modernos medios de comunicación a nuestro alcance, no hay excusas para renunciar a este cometido.

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Mensagempor xestor » quinta, 10 abr 2008, 10:48

Continúa o relato de Fernando:

1. La vida se abre camino

En el devenir de los acontecimientos uno va tomando perspectiva y trata de explicar los fenómenos históricos con mayor o menor precisión, dependiendo de cual sea el rigor científico con el que lo haga, si lo que se desea es una investigación exhaustiva de los mismos. En cambio, en estas páginas solo me propongo tratar de describir los hechos tal como se registraron en mis vivencias y a raíz de los relatos de mi abuela, tal vez con cierto grado de fragmentación, pero fundamentalmente respetando una fidedigna tensión hacia mis sentimientos. En definitiva, los posibles saltos en mi memoria serán llenados, como no podía ser de otra forma, por mi imaginación.

Corría el año 1895 en la parroquia de San Tomé do Carballo, era un noviembre de otoño cuyos tonos grises y un verde encendido le daban su pincelada característica a la comarca gallega, donde se sentía gravitar su espectro acuífero viajando a través de las milenarias piedras. Todo era normal en esa mañana fría, salvo por un llanto que se escuchó, de madrugada, y que bajó por la sinuosa calle hasta la plaza de Taboada ?hoy Praza Riazón-. A tanto tiempo vista, la trascendencia del hecho sería casi nula si no la confrontáramos con la fuerza vital que irradiaría esa nueva criatura que venía al mundo y que en mí cobró nuevas fuerzas.
Así, como infinitas veces, la vida se abría paso y un nuevo retoño se ofrecía al mundo, mi abuela María Carmen, un pompón de nieve con ojos color caramelo. Don José Rey, mi bisabuelo, deseaba una hija desde hacía un tiempo y ante la señal de la partera, entró a su aposento y tomó de la mano a su esposa, Carmen. Simplemente, dijo con voz quebrada e inocultable emoción: ?Gracias, muller?.

Lo que transcurre de ahí en más, no es otra cosa que la vida de una niña muy vivaz moldeada en la fragua del campesinado gallego, despreocupada de las ancestrales asimetrías socioeconómicas del régimen foral (4) y solo disfrutando de la generosidad de su suelo fecundo, contemplando sin restricciones el espectáculo de la belleza natural campestre en estado puro.

Pero, la primera pregunta es: ¿Qué es lo que determina en un niño o adolescente que el curso normal de su vida se trunque abruptamente al tener que abandonar el propio país, siendo más intensa la resistencia al hecho que la fuerza de adaptación al cambio? Quizás la respuesta la fui encontrando lentamente, pero sin pausa, en la prédica testimonial de ?miña avoa?. Como un desafío al destino, inmersa en el drama del desarraigo que vivió durante toda su vida nació esa misión insospechada de derramar como simientes sus relatos que hallaron tierra fértil en mi corazón. Las circunstancias históricas y personales, las decisiones sobre política migratoria, etc., aparecen en segundo plano, aunque sean las causas reales de lo acontecido, solo importaba para ella que en la nueva realidad contextual pudiera encontrar la salida a tanta angustia, y la que descubrió mi abuela fue, sin dudas, la de encomendarme la misión del reencuentro. Su situación económica era humilde, por lo tanto no podía costear un viaje de regreso a su tierra natal, o quizás se estaba quedando sin fuerzas, pero confiaba en el poder de la sangre.

Ahora bien, volviendo a la etapa de su crecimiento en Galicia, su niñez aunque fue sobria no conoció la escasez, la tierra era generosa y su producto bastaba para cubrir las necesidades de su familia. Su devoción por recorrer el campo y el monte era casi religiosa y, entre otras cosas, poco a poco se fue tejiendo la ligazón de esta niña y su río, el Miño, fuente principal de sus relatos. Tarea difícil es encontrar a un padre, Don José, que sin ser pescador visitaba, forzosamente claro, tantas veces al caudaloso río. Es que ?Carmencita?, como llamaban a mi abuela, ya a los seis años quería atravesar la gran valla de agua quien sabe para realizar qué expedición en la otra margen, y conocía, por pura observación, cual era la técnica para que los botes atravesaran el río por medio de un sistema de cadenas. Lógicamente, el temor y precaución de sus padres no le permitió realizar hasta ese momento tal proeza. Pero, en una de tantas escapadas a la rivera, mas o menos a la altura de Pontemourulle, mi abuela encontró al cómplice que buscaba, Don Benigno, que no tanto por el eco de su nombre sino por la extrañeza que le causaba tanta insistencia en una niña, resolvió arriesgarse. Entonces le dijo: ?No temes que suceda algo en el pasaje, Carmencita?, y ella respondió: ?El río es mi amigo?. El hombre más lleno de dudas que certezas se encogió de hombros, y le preguntó: ?Y tu padre, que opinará de esto?, y Carmencita respondió muy resuelta: ?¡Que hija cojonuda tengo, coño!?. Y así, sin decir más, emprendieron el cruce que no recuerdo bien porqué causa estuvo a punto de truncarse a mitad del trayecto. Se sintió de pronto algo como un ruido de engranajes atascados, y a Benigno se le paró el corazón, no tanto por su suerte claro, sino más bien por la preciosa carga que llevaba su bote. Miró a la niña y percibió extrañado que tenía los ojos entreabiertos y respiraba ligero como entrando en un estado de posesión. El intenso vaivén del bote se convirtió en un acune de sueño y el murmullo del oleaje en su arrullo, mientras ella balbuceaba vaya a saberse que rezos. De repente el bote siguió su curso, y el hombre insultó: ?¡Recoño, río del infierno!?. Automáticamente, Carmencita lo miró directo a los ojos y muy seria le dijo: ?¡Si blasfemas contra mi amigo, acabarás en el fondo!?. Al principio Benigno soltó una carcajada, después se miraron en silencio y sin pronunciar palabra hasta el final del periplo. Dios sabrá como Carmencita justificó su ausencia ante sus padres, lo cierto es que su acompañante olvidó el aura benéfica de su nombre y nunca más repitió la hazaña, aunque se lo pidiera de rodillas.

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Mensagempor xestor » quinta, 10 abr 2008, 10:51

2.- La raíz del carballo

No sé si existirá otra especie arbórea en la flora de Galicia con un destino más ligado a las características de su suelo, las ramificaciones de su raíz están sedientas constantemente de esa particular humedad de las tierras gallegas, arraigadas a la vera de los arroyos con obstinación, tanto que al solo intento de trasplantarlo y mudarlo a otras condiciones significaría su secamiento, o sea, su muerte segura. Pues bien, el cercano paralelismo de la realidad de mi abuela Carmencita con este árbol esta patentizado en la tristeza que la embargó toda la vida al tener que soportar el desarraigo que absorbió su savia vital, casi una muerte en vida, sino fuera por su gran fe.

Amigos míos, créanme que no hay sentimiento que resquebraje más el alma humana que él privarle a la persona vivir en el medio donde fue infinitamente feliz.

Así fue como una tarde plomiza de otoño le comunicaron que debía hacer un largo viaje con su familia para forjar un destino mejor para todos, cosa que difícilmente una adolescente que se halla en el cenit de su romance con el medio que la vio crecer, que encontró su primer amor en ese suelo, en definitiva, vivió la intensidad de la niñez y parte de su juventud en su terruño natal, pueda admitir fácilmente.

A pesar de todo, siempre albergó la esperanza de volver pero nunca pudo borrar de su mirada, ese dejo de nostalgia que produjo su partida tal como describiremos seguidamente. Entonces, así fue como en ese atardecer dejó su última risa desenfadada, su último suspiro virgen de sufrimiento, soltando un aura vigilante en la campiña, como una estela fantasma que aún trasunta y se funde con la ?carballeira?. Allí, durante mi primer viaje a Galicia, en el silencio pacífico de sus laderas y el manto sagrado de su verdor profundo, es donde se produjo mi reencuentro con sus raíces, mis raíces, bien asidas a la tierra como las del mágico árbol.

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Mensagempor xestor » quinta, 10 abr 2008, 10:52

3.- La partida

Por lo general, si uno es un niño o adolescente, cuando nuestros padres toman una decisión que puede cambiar drásticamente el curso de nuestras vidas, esta cae en nuestra inocente existencia como un fallo irrecurrible, entonces no alcanzamos a comprender del todo la situación, aunque ellos se esfuercen en sus explicaciones, y tampoco terminamos de asumir tal pronunciamiento. Lo cierto es que en una ráfaga de sucesos, nuestra Carmencita, terminaría enrolada en aquella fuga obligada, amontonada con otros esperando el momento de la trágica partida que a continuación les relataré, tal como ella me lo describiera cuando era niño.

Corría el año 1912 y la vida portuaria transcurría mansamente entre los olores y sonidos del puerto antiquísimo, no había gritos esa mañana, salvo el murmullo nervioso de la ansiedad. Papá José y Alejandro, el hermano mayor, contemplaban como congelados el escenario de la incertidumbre. Este último, aparentemente, se quedaría en la tierra natal resguardando los bienes de la familia que aún quedaban. Entonces, Carmencita pasó a ser la hermana mayor en ese viaje. Era un panorama de rostros adustos y lágrimas, hasta que se oyó el inapelable ruido de una escalinata móvil que se desplegaba. Por fin, hubo un grito: ?¡Todos a bordo!?. Y de repente, como estampida, la expectativa se tornó un tropel descontrolado. En el tumulto, Mamá Carmen se abrió paso con sus tres críos con una papeleta de migraciones apretujada en su puño, y solo atinó a un tibio: ?¡Cuidado!?, cuando un hosco hombre casi hace caer a la joven Carmencita, y entonces Ramoncito, el segundo hijo, preguntó: ?¿Mai, de qué escapamos??. Por un segundo a Mamá Carmen se le paró el corazón, pero luego reaccionó rápido y dijo: ?De nada rapaciño, vamos que ya casi estamos arriba?. El tercer ?fillo? llamado Antonio, pero al que todos referían como ?Rusito?, con sus cabellos rubios sobre los ojos miró hacia abajo las oscuras aguas de la ría y le pegó un escalofrío. Finalmente, la sirena del barco junto al sonido de la escala al retirarse produjo un acorde temerario. Mamá Carmen, cual águila amenazada desplegó su manto negro y envolvió a sus tres polluelos. Carmencita, con sus ojos vidriosos, contempló por un tiempo el fresco que impregnó para siempre sus retinas y la acompañaría en varios de sus sueños, la mítica Ría de Vigo, pero desde el barco, desde el adiós.

A partir de ahí, Carmencita entró en un coma espiritual del cual saldría solo por la inquebrantable fe en el Cristo que colgaba de su cadenita de plata, al que acariciaría recurrentemente durante todo ese largo viaje que forzosamente emprendió. Alrededor, los cientos de testigos inefables y asinados no representaban nada para ella, pues seguía ahí impertérrita y profundamente shokeada (5).

Y luego, sobrevino ese interminable viaje que para ella fue un verdadero tormento. A veces podía salir a cubierta y recambiar el aire de sus pulmones aspirando la brisa marina, y miraba hacia el cielo como buscando una respuesta a todo ello, en vano claro, pues ya era demasiado tarde.

Es probable que estas escenas, localizadas en el Puerto más emblemático de Galicia, se reprodujeron por miles en otras comarcas europeas, pero quizás nunca como allí fueron forjando la ruta histórica de la tierra de adioses (6). El destino era el Puerto de Buenos Aires, y vaya si tuvieron que ser buenas sus brisas para calmar su dolor y secar, suavemente, alguna que otra lágrima que caía por su rostro.

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Mensagempor xestor » quinta, 10 abr 2008, 10:53

4. Buenos Aires, la Meca del inmigrante

Casi como los colonizadores que hace quinientos años pensaban en las tierras americanas como en la tierra prometida, los emigrantes gallegos soñaban con forjar un futuro próspero y quizás, en su mayoría, con volver a Galicia. En las primeras décadas, muchos también enviaron remesas de dinero a España, pero existía una notable diferencia histórica con respecto a aquellos colonos del siglo XV o XVI, los inmigrantes de Latinoamérica encontraron un régimen político y económico ya consolidado, en donde las desigualdades sociales se percibían ni bien los barcos rozaban el murallón de las dársenas. No debían descubrir civilizaciones seculares ni fundar ciudades portuarias, sino más bien fundirse en ellas haciendo su mejor esfuerzo de adaptación y midiendo cuidadosamente sus pretensiones.
Como podrán suponer, todo esto pego duro en el ánima de nuestra ?anduriña? Carmencita, tal es así que resultó difícil tomarle la tradicional foto familiar al arribo de los recién llegados, aunque de todas formas accedió con cierta resignación. Ya estaba allí, en ese mundo irredento, en donde encallaría como buque varado por el resto de sus días.

El conventillo, ámbito natural de los inmigrantes al dar sus primeros pasos en tierra porteña, fue su primer hábitat. En él descubrió un crisol de razas y la abrazó un torbellino de culturas. Y a partir de allí, fue mudando varias veces de domicilio, como nómade, hasta que una vez casada, se afincó un buen tiempo en el barrio de Palermo, allí por la calle Beruti al 2700. Pronto adquirió fama por la calidad artesanal de su trabajo en el tratamiento de tejidos e instaló una tintorería, pues en aquella época pujante de la vestimenta porteña, además de tener otros oficios, los ?gaitas? lograron renombre en ese rubro.

Pero antes de todo eso, la familia de ?Doña Carmiña?, tal como le decían a mi abuela Carmencita en los barrios que habitó en Buenos Aires, se partiría de la forma más trágica. Según sus relatos, al instalarse en la Gran Ciudad del Sur, los padres de Carmencita decidieron volver a Galicia para vender sus propiedades y retornar a la Argentina. Sin embargo, algo sucedió pues no encontraron mucho al regresar a su patria. Mi abuela siempre hablaba de una estafa de un supuesto socio, en definitiva, son esas cosas de las que a uno no le hablan cuando es chico, pero lo cierto es que un poco por el disgusto y otro por el desgaste de tanto trajinar, Don Rey fallece al poco tiempo de retornar a ?Galiza?. Lo más trágico es que no transcurrió mucho tiempo más y la muerte se lleva también a Carmen, madre de nuestra protagonista. Incluso cuentan mis tíos en Argentina, que mi abuela presagió su muerte, pues en una tarde de siesta saltó de la cama y salió llena de sudor de la habitación gritando: ?¡Mi madre se muere!?, ?¡Mi madre me necesita!?. Así fue como, en poco tiempo, se fueron cerrando las puertas del retorno a ?sua terra cha? (7), pues desmoralizada y con tres niños que criar, Buenos Aires la tenía en sus fauces, como presa indefensa. Pero a pesar de todo, consiente de cual debía ser su rol frente al resto de su familia que permanecía en tierra argentina, tomó también la responsabilidad de proteger a sus hermanos menores.

Al casarse con mi abuelo, Antonio Bertani, hijo de inmigrantes italianos, Carmencita no estuvo a reparo mucho tiempo, pues a los pocos años de nacer mi padre, Néstor, Don Antonio fallece quedando mi abuela muy sola y con sus tres hijos aún menores. Solo conoció el trabajo duro como compañero, al tener que estar horas y horas, moviendo la pesada plancha al principio de carbón y luego eléctrica para que las prendas de los clientes lucieran sin arrugas, mientras ella las iba acumulando lentamente en su rostro.

Lo relatado hasta aquí, en parte explica lo adusto de su faz, el eterno negro y gris oscuro de sus ropas, su inocultable tristeza. La vida y sus circunstancias, a veces nos salen al paso sin mediar aviso, y así fue como Doña Carmiña fue tejiendo junto con sus vestidos una vida de real sacrificio. Hizo lo que pudo y más, como muchos otros inmigrantes que vieron en el bienestar y estudio de sus hijos, la prolongación de su lucha en esta vida, y seguramente vislumbró en mí, su Fernandito, una de sus batallas póstumas y decisivas para enfrentar el dictamen del destino.
De todas formas, siempre soñó íntimamente con volver a pisar tierra gallega, como peregrina del tiempo hacia la ruta jacobea. Un sueño que yo pude concretar, recibiendo aquel empujón de progreso cuando se sentaba a mi lado mientras estudiaba y me susurraba: ?Estudia, chivití? - como ella me llamaba - ?Yo siempre te acompaño?.

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Mensagempor xestor » quinta, 10 abr 2008, 10:54

5. El devenir de los años

Luego de esta breve pero intensa narración, viene la segunda pregunta: ¿Cómo puedo yo tener, amando tanto a mi patria del cono sur, este sentimiento disociado que me lleva a doce mil kilómetros de distancia y me hace sentir en Galicia como en mi propia Casa? La respuesta es más sencilla que la del primer punto y está, sin dudas, ligada a esos 17 años de convivencia con mi querida abuela.

Nada reemplaza a lo adquirido durante la niñez y la adolescencia, donde la cultura y los sentimientos dejan su sello imborrable. Lo que ella supo transmitir, su espíritu de pelearle a la vida palmo a palmo, a pesar de su viejo dolor, fue marcando el camino del regreso a las fuentes. Por eso, aunque toda España encierre en cada uno de sus rincones un vendaval de acontecimientos históricos, en Galicia me aguarda como libro abierto el tornado envolvente de mi historia, de nuestra historia, la que permite conectarme con mis ancestrales orígenes. Aquellos son hechos que nutren mi conocimiento, pero estos últimos son los estandartes que porta mi espíritu.

En suma, el devenir de los años fue estratificando los relatos de mi abuela en las capas de mi memoria, atesorándolos pasivamente hasta que llegase el momento de volverse activos. Un día, ella se enfermó gravemente, y en el pequeño sanatorio donde estaba internada y pocas horas antes de morir, decidí que era el momento de afianzar mi compromiso y le dije al oído que su memoria y su amor por Galicia vivirían en mí por siempre. Nunca olvidaré como se iluminó su rostro con una sonrisa de plena satisfacción. Al acontecer su muerte, sentí ganas de pisar su tierra y gritar a los cuatro vientos lo orgulloso que estaba de ella. Pero era tan joven como ella cuando fue arrancada del seno de su patria y no poseía autonomía económica para tal emprendimiento. Así los años siguieron discurriendo, hasta que finalmente un hecho sacudió definitivamente la estantería de mi mente y mis sentimientos. El gran sismo fue la muerte de mi padre, golpe del cual no me he recuperado del todo, todavía, y esto fue como un aviso que me indicó el momento de reencontrarme con mis simientes gallegas. Y no podía esperar más. Mi abuela no pudo, el tampoco, pero yo debía poder. Y así fue como llegué hasta el lugar de nacimiento de Carmencita, sin necesidades laborales, sin la desesperación de lograr la tan ansiada ciudadanía europea como otros coetáneos, solo con el fiel deseo de ser un digno embajador de mi linaje galaico porteño, pues la pasión por Galicia no se consolida en un papel oficial, sino que se lleva en la sangre y el alma.

Pero, también es cierto que hay un salto en el tiempo que me llenó de dudas, y entonces me preguntaba porqué una mitad de la familia cortó la comunicación con la otra, que faltó para que el nexo originario no se quebrara de la manera en que lo hizo. Así fue que busqué a mis familiares por toda la Provincia de Lugo, quería saber si al menos por curiosidad, alguien más compartía mis inquietudes al respecto. Y al final la encontré allí, en el mismísimo pueblo de Taboada, que con el tiempo fue absorbiendo a la Parroquia de San Tomé do Carballo, a mi prima gallega que estaba aguardándome, pues en una comunicación previa se había percatado de mi cercanía, y no me extrañó que causalmente resultó llamarse Carmen, nombre que a estas alturas ya parecía como una herencia familiar.

Sencilla y amable, me recibió como a alguien que esperó toda la vida pero nunca se había dado cuenta. Parece extraño, pero quizás es cierto aquello de la ?voz de la sangre?, pues este pueblo ubicado en el corazón de Galicia, me atrajo como a un imán. Lo que siguió después fue un reconocimiento mutuo en el que poco a poco se fueron disipando las dudas. Y la sensación de regocijo fue legítima porque sentí que era mi abuela en persona la que me daba la bienvenida.

Recuerdo aquel momento mágico en el paraje de Relás, un lugar donde los ecos del silencio llegaron pronto a conmover mis sentidos. Era una quietud absoluta hasta que el perro negro de mi prima puso el son de alarma, y todos mis recuerdos tomaron vida, los ojos de mi memoria veían lo que mi abuela vio, el frío húmedo de ese invierno en la comarca gallega me hizo tiritar donde seguramente ella también lo hizo, el delicioso aire de la ?campiña? que llenó sus pulmones ahora inflaba mi pecho conmovido, en fin, miña avoa y yo habíamos retornado a ?nosa Casa?.

Pero, lo más paradójico de todo esto es que al ir sumando alegrías por haber pisado suelo lucense, también iba apareciendo una temprana nostalgia hacia mi patria sureña. Así comprendí la verdadera dimensión humana del desarraigo, pues uno jamás puede negar lo que es y de donde procede. Y nuestra Carmencita siempre lo manifestó a su manera, covijándose en sus permanentes recuerdos y acuñando sus vivencias en los relatos que me narraba. Ella finalmente aceptó a la tumultuosa Capital Porteña como su nuevo lugar en el mundo y por momentos hasta cantaba algún tanguito, como para no desentonar con su entorno arrabalero.
No obstante, que sus viejas heridas no cerraban del todo, siguió tirando del pesado carro que le asignó la vida, seguramente, al compás de sus ?lembradas muñeiras?. Sin una queja, aún cuando no tenía descanso y su trabajo se multiplicaba, fue subiendo la difícil cuesta de su valiente existencia. Y fue su coraje y esa pedagogía del esfuerzo, el legado que nos dejó a nosotros como una enseñanza que debemos practicar en nuestras propias vidas. Por lo tanto, yo no podía defraudarla, y cumplí mi mandato de reencontrarme con el resto de mi tronco familiar en Galicia.
Todo esto permitió que mi espíritu ganara en tranquilidad interior al cumplir ese anhelado sueño. Por eso convoco a todos aquellos que siendo descendientes de inmigrantes, viven y comparten estas contingencias de la vida cosmopolita, a intentar alcanzar el sueño de ?atoparse? con sus raíces, pues estén seguros que vale la pena.

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Mensagempor xestor » quinta, 10 abr 2008, 10:55

6. Qué hacer ahora

Al fin, ha llegado el momento de preguntarse cuál es la conclusión de todo esto, más allá de lo reconfortante que puede ser desde el punto de vista afectivo y cultural. En primer término, surge claramente que nunca debemos renegar de lo que somos, una fusión milenaria de etnias y culturas que no se divorcian entre sí, sino que se enriquecen en su amalgama, mientras el devenir de las centurias va forjando su perfil más definido.

Es ese delicado equilibrio entre los genes y lo adquirido lo más extraordinario de nuestra aventura cultural, pues el hombre es la única criatura viviente sobre la tierra que en su libre albedrío genera una trayectoria de existencia bien propia, ciertamente autónoma, pero recibiendo constantemente la influencia de su experiencia de vida.
Por eso es tan importante recrear nuestra relación con los orígenes, en plena libertad, pues así se aviva y alimenta el fuego de nuestro ser.
Saludo a todos aquellos que proyectan su esfuerzo para conservar su cultura hacia el futuro, como un ecumenismo laico que abraza a todos los que de un modo u otro adscriben a la gran patria geocultural. Y un agradecimiento a todos los que forjan la nacionalidad gallega por el mundo, especialmente, a la organización Fillos de Galicia, que con su colaboración fomenta la posibilidad del reencuentro de hijos y nietos de gallegos con sus simientes, comprometiendo desde ya mi colaboración hacia ese objetivo. También, en particular, agradezco su aporte entusiasta en pro de mi reencuentro familiar, a María Alvarez del pueblo de A Fonsagrada.

Pero no terminaría bien este relato vital, si no dedicara mis últimas palabras a la abnegación y sentimiento de lucha del ?Pobo Galego? por defender su identidad. Pues es así como a lo largo de su derrotero histórico, sufriendo explotación e invasiones de todo tipo y procedencia, cercenamientos de su legítimo territorio, la dura etapa de la guerra civil, y tantas otras penurias, nunca perdió ese sentido de supervivencia como Nación. Defendió su lengua, su integración nacional y promovió el desarrollo y evolución de una cultura que le pertenece.

Entonces, junto al sentimiento de mi abuela, exclamo: ?¡Qué viva Galicia!?, por siempre y para todos.-



Fernando Néstor Bertani Rey

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Mensagempor xestor » quinta, 10 abr 2008, 10:57

Notas:


(1) Ostracismo era una condena de carácter político, que en la Antigua Atenas se le aplicaba a aquellas personas que se consideraban no gratas para convivir con sus coterráneos y debían ser expulsadas.
(2) Gallaecia es la denominación que los antiguos romanos dieron a una de las provincias más lejanas del imperio y que hoy, aproximadamente, coincide con la base territorial de la Galicia actual. En aquella época, dicho territorio comprendía el triángulo que formaban las actuales ciudades de Lugo (Lucus Augusti), Braga (Bracara) y Astorga (Astúrica).
(3) Así le decían los emigrantes españoles al Continente Americano, de allí surge la frase ?hacerte la América? como un signo de ventura y progreso personal.
(4) El régimen foral era un vestigio del esquema de propiedad y explotación feudal, donde el campesinado debía pagar al dueño de las tierras una clase de renta en forma líquida, a veces, y otras en especie sobre la base de su producción.
(5) Proveniente del término anglosajón shock, que quiere significar un estado personal de aguda y/o profunda conmoción.
(6) Así llamó a Galicia el escritor Otero Pedrayo, como simbolizando su destino histórico de tierra de emigrantes.
(7) En una traducción literal, sua terra cha quiere decir ?su tierra chata? y es una manera de referirse al gran macizo lucense.

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Mensagempor rubi » sexta, 11 abr 2008, 14:43

Comencé a leer el relato de Fernando Néstor Bertani Rey porque el título "Golondrina de ida" despertó mi curiosidad, pero me atrapó de tal manera y en parte me sentí tan identificada con su historia, que no pude dejar de leerlo hasta el final, palabra por palabra, absorbiendo con gran avidez lo que iba leyendo a medida que se desarrollaban sus vivencias y las de su abuela Carmen.
Solo puedo definirlo con una palabra que lo resume:


¡¡¡ M A R A V I L L O S O !!!


Gracias Fernando por compartir tus sentimientos puestos en palabras con todos nosotros...

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Golondrina de ida: Introducción

Mensagempor gallaecia » sexta, 11 abr 2008, 16:43

Ë un relato precioso e cercano a cada galego que sinte a emigración como súa, quen non ten a algún parente nas américas?
só espero que esta voz tan galega sirva para facer comprender para aqueles galegos que teñen a grande sorte de vivir no sitio máis fermoso da terra, a grande sorte que teñen.
e sobre todo e para todos que saiban que deben recoller a tódolos inmigrantes do mundo, comezando polos nosos irmáns americanos e os demais, porque ningén marcha da terra senón ten unha boa razón.
un millón de bicos para ós galegos que latexan nos celtas ritmos e sorrón ó veciño.
Gallaecia


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